Han pasado 16 semanas, 3 meses y poco. Tienes a tu pollito en casa, tan pequeño y vulnerable. Tú aún no sabes muy bien ni cómo estás; todavía te peleas con los cólicos, con las noches en vela por los brotes de crecimiento y con algún que otro problemilla de lactancia.
Justo ahora el pollito empieza a sonreír, a jugar, a mirarte mientras mama, a querer estar con su padre, … y se termina el permiso de maternidad.
Si tienes que reincorporarte al trabajo tienes, en principio, dos opciones: volver maldiciendo a tu jefe y a la sociedad capitalista que no te deja estar con tu hijo, o pedir permisos y excedencias (jugándote el puesto) para poder seguir criando a tu pollito. En cualquiera de los dos casos miras con envidia hacia Suecia, que tienen 55-68 semanas de permiso, o hacia casi cualquier otro país europeo.
Tienes que dejar a tu pollito, tan chiquitito y dependiente, en manos de… ¡menudo problema! Nadie cuidará el pollito tan bien cómo tú, eso seguro, pero ¿quién lo cuidara respetando tus criterios? ¿con quién lo dejarás quedándote tranquila? ¿cuánto te va a costar eso?
Y lo peor, ¿te vas a perder su primer gateo? ¿su primer “mamá”? Un motivo más para estar enfadada con el mundo por no poder ser tú quién esté con el pollito.
Pero ¿qué ocurre cuando el trabajo es vocacional? ¿o cuando eres autónoma? ¿o si eres una autónoma vocacional?
Al “te quiero pero me ahogas” se une un sentimiento de culpa, o de frustración, por no atender esa faceta que te define como persona y por la que tanto has luchado. Te sientes mala madre por querer trabajar y mala profesional por querer estar con tu pollito. Todo esto sumado a los pelos de loca, las nanas inventadas, las discusiones con la pareja, la familia entrometida…. Te conviertes en un coctel altamente peligroso que lo mínimo que se merece es respeto, aunque sólo sea por ser capaz de levantarte cada mañana con una sonrisa y pelear día a día con la conciliación familiar que nos venden como estupenda.
Existe una tercera opción, que es ver ese regreso al mundo laboral como unas horas de descanso y desconexión de tu yo-madre que ahoga a tu yo-individuo. Unas horas sin pañales, lloros, paseos, peleas con bodies y cochecitos rebeldes… Unas horas en las que echarás de menos a tu pollito, pero sonreirás pensando en él sin angustia. Unas horas en las que irás peinada, vestida sin vómitos, quizá incluso con tacones, sintiéndote otra vez sólo mujer.
Ojalá se pudiera escoger.